La muerte de los cementerios

Luz en medio de la noche en el Cementerio de Huitizizilapán (Foto: Cortesía del autor, Pelao Carvallo).
Luz en medio de la noche en el Cementerio de Huitizizilapán (Foto: Cortesía del autor, Pelao Carvallo).Gentileza

«Con lo comunitario, muere el sentido de los cementerios. Vamos hacia unas muertes sin rituales colectivos, sin pésames ni solidaridades vecinales, sin grandes o pequeñas ceremonias barriales».

Mueren los cementerios y los muertos que tienen dentro vuelven a morir cuando desaparecen las comunidades que les dan sentido. Es un hecho que la arqueología suele documentar. Hoy se está acabando con lo comunitario y por eso los cementerios –lo que entendemos por cementerios– está muriendo antes de tiempo y lo que lo reemplace será otra cosa, con otro nombre y otro sentido. Nuestro presente parece decirnos: muerte seguirá habiendo, pero comunidades ya no; a esas las estamos matando.

No son los trabajadores de los cementerios, preparando su alimento diario (1) entre las tumbas, memoriales y panteones quienes hacen morir los cementerios. Eso apenas habla de la precariedad laboral de esos funcionarios y de que la vida convive pleno a pleno con el ritual fáctico de la memoria de los muertos. Obviamente, un cementerio que cuide a sus trabajadores tendrá un lugar ad hoc para cumplir con esa necesidad básica.

La muerte de los cementerios es un proceso largo y complejo, en el que intervienen varios factores distintos y, a veces, complementarios. La destrucción de los barrios por el entusiasmo del negocio inmobiliario, incluidas tanto la gentrificación como la expansión de la mancha urbana con nuevos barrios. El traslado de quienes hacen a las comunidades es la norma, sin dar tiempo a la creación de nuevas comunidades ni a los procesos de transición (generacionales, culturales) que toda comunidad debe enfrentar para seguir siendo comunidad en un lugar dado. La vivienda, el paisaje, el barrio (y también la historia, o la falta de ella) vistos como capital son secuestrados a las comunidades por el mercado inmobiliario y todos los mercados (seguridad, transporte, etc.) que lo acompañan. Este secuestro es facilitado por una propaganda sostenida a favor de las soluciones individuales a las tareas que impone el progreso, que es un siempre ir hacia adelante, en tanto lo comunitario es un siempre permanecer, cambiando, pero permanecer.

Destruir las comunidades genera en quienes van dejando de conformarlas una angustia que la propaganda del individualismo enervado aprovecha para ofrecer, como solución al secuestro de lo comunitario, el encierro en lo individual aislado. Esa angustia es la atmósfera social del momento que vivimos. Va muriendo lo comunitario y con ello el carácter de los cementerios. Vamos hacia unas muertes sin rituales colectivos, sin pésames ni solidaridades vecinales, sin (grandes o pequeñas) ceremonias barriales. En cambio, se imponen los seguros, los cementerios privadosprivados de los rituales comunitarios que forman parte del acompañamiento social a la pérdida personal y familiar–.

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La muerte y el nacimiento hacen a la comunidad como el hecho social (y cultural) primordial. La ritualidad relativa a la muerte (y al nacimiento) fueron conformando, desde lo comunitario, lo que se llama, por hipertrofia, cultura y civilización. Cambian los rituales de la muerte y con ello nos cercioramos de que ha cambiado una cultura, una civilización. El secuestro de la ritualidad popular, comunitaria, ante la muerte por parte de una visión empresarial, negociante, comercial y logística del cuerpo fallecido marca el fin de los cementerios aunque los sigamos llamando así.

La comunidad otomí N’Dexi, en el pueblo San Lorenzo Huitzizilapan (N’Dethe, en otomí), del municipio de Lerma, del Estado de México (relativamente cerca de la capital del país), tiene un régimen comunal de autoadministración, por ser una comunidad originaria. De hecho, «todo Huitzizilapan (N’Dethe) es un pueblo con régimen comunal, es decir que todo el territorio es de todos», dice Yoco Reyes, joven diseñador otomí miembro de la comunidad. La comunidad eligió un terreno para hacer un panteón (cementerio), pero cometió el error de dejar la administración en manos del municipio. La comunidad vincula el derecho de sepultura a lo que sus miembros le aportan mientras están en condiciones de hacerlo: apoyar y participar en las actividades (fiestas, mejoras, obras, etc.) y ser buenos vecinos o buenas vecinas. El municipio intenta llevar una administración no comunitaria, vendiendo sepulturas a quien pueda pagarlas, sea o no de la comunidad. Eso pasa hoy, y Yoco Reyes está luchando (junto con la comunidad) para devolver la administración a quienes sí respetan sus usos y costumbres, la propia comunidad N’Dexi.

Esta comunidad vive intensamente el Día de los Muertos. Cada casa levanta un altar y en los días previos se visitan mutuamente los altares para saludar a vivos y muertos, estos últimos presentes en fotografías. Están en esos altares no solo las fotos de los familiares, sino también las de otras gentes de la comunidad, queridas y respetadas en esa casa. El altar se va completando cada día con aportes de quienes viven allí y de quienes visitan. Comidas y bebidas, luces y decoraciones, fotos nuevas o reparadas. La noche previa al Día de los Muertos, el centro de la actividad comunitaria y familiar se desplaza al panteón (cementerio). Allí, junto a rezos y oraciones, hay cantos y música, comida y bebida y una conversación permanente de los vivos sobre los muertos, y, personalísima, de los deudos con sus difuntos. Es un momento tan social como íntimo que difícilmente alguien que no haya vivido lo comunitario pueda recrear al leer esta descripción.

Esa complejidad del ritual comunitario se va perdiendo, entre otras cosas, por la turistificación. Turistificados, los días de muertos tan variados, diversos, complejos, populares y a la vez íntimos y familiares de México se exportan como una cosa simple y simplificada. Tanto las políticas turísticas del Estado mexicano como ese perfecto cine colonialista que es el filme animado Coco contribuyen al malentendido. En 2025 en Paraguay, la Embajada de México organizó un Día de los Muertos en el Puerto de Asunción (que ya no es puerto, sino centro cultural gubernamental, pero tercerizado) con mucho éxito, muy bien producido, colorido y concurrido. El evento tenía como centro una competencia de catrinas, es decir de disfraces de catrinas y catrines, y apenas una breve explicación de un altar en una recreación prototípica que no implicaba (ni podía implicar) el compromiso comunitario, familiar y personal que está en el origen. Las catrinas y catrines paraguayos de este evento quedaron convencidos de que los desfiles de catrinas son una actividad tradicional (y no –verdad indecorosa– herencia de una película de James Bond).

Notas

(1) Cocinan asado en medio de tumbas en el Cementerio de la Recoleta.

*Pelao Carvallo es antimilitarista y luchador libertario por los derechos humanos. Integra la Red Antimilitarista de América Latina y el Caribe (Ramalc) y la Internacional de Resistentes a la Guerra / War Resister’s International (IRG/WRI). Comunicador y escritor.

Pelao Carvallo, habitante de Asunción (Foto: Archivo de ABC)
Pelao Carvallo, habitante de Asunción (Foto: Archivo de ABC)