Diarrea, hinchazón, estreñimiento o dolor abdominal pueden arruinar unas vacaciones soñadas, pero la mayoría de los episodios se pueden prevenir.
El riesgo real: ni paranoia ni exceso de confianza
La llamada “diarrea del viajero” afecta, según estimaciones de organismos sanitarios internacionales, a un porcentaje significativo de quienes se desplazan a países con condiciones higiénicas distintas a las de su lugar de origen.

El problema no se limita a destinos exóticos: cambios bruscos de alimentación, horarios irregulares y estrés también alteran el intestino en viajes nacionales o de corta distancia.
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Los especialistas insisten en un equilibrio: no viajar con miedo, pero tampoco ignorar las normas básicas de seguridad alimentaria. La clave está en conocer el propio cuerpo y anticiparse.
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Preparar el intestino antes de despegar
La protección comienza días antes de hacer la maleta. Mantener una dieta equilibrada y rica en fibra en la semana previa ayuda a que la flora intestinal esté en mejores condiciones para afrontar cambios. Frutas, verduras, legumbres y cereales integrales son aliados discretos pero eficaces.

Algunas guías recomiendan el uso de probióticos (ya sea en suplementos o alimentos fermentados como yogur o kéfir) desde unos días antes del viaje y durante la estancia, especialmente si se viaja a destinos con mayor riesgo. No son un escudo infalible, pero pueden contribuir a reducir la intensidad o duración de cuadros leves.
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Igual de importante es llegar descansado. El insomnio y el estrés, habituales en las vísperas de un viaje, alteran el eje intestino-cerebro y favorecen la aparición de molestias digestivas.
Agua, hielo y ensaladas: el trío a vigilar
En muchos países, el agua de la canilla no es apta para el consumo directo. La recomendación general es beber siempre agua embotellada, comprobar que el precinto esté intacto y usarla también para cepillarse los dientes en destinos de riesgo.

El hielo, que suele olvidarse, puede haberse preparado con agua no potable: si no se conoce su procedencia, es más seguro rechazarlo.
Las frutas y verduras crudas, lavadas con agua contaminada, son otra vía frecuente de infección. En zonas donde la higiene alimentaria es dudosa, conviene priorizar alimentos bien cocinados y servidos calientes, pelar personalmente las frutas y evitar ensaladas crudas fuera de lugares de confianza.
La tentación del puesto callejero forma parte del encanto de muchos destinos. No se trata de renunciar a él, sino de observar: ¿el vendedor manipula dinero y comida sin lavarse las manos?, ¿la comida se mantiene tapada y caliente?, ¿el local tiene mucha rotación de clientes? Un puesto concurrido y limpio suele ser más seguro que un restaurante vacío.
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Ritmo intestinal en modo viaje: combatir el estreñimiento
El problema opuesto a la diarrea también es habitual: muchos viajeros pasan días sin ir al baño. Cambios de horario, deshidratación durante el vuelo, menor actividad física y vergüenza para usar baños públicos son parte del cóctel.

Beber agua con regularidad, evitar el exceso de alcohol y cafeína, y moverse durante el día (caminar, subir escaleras, estirarse) contribuye a mantener el tránsito.
Intentar conservar un horario similar para las comidas y buscar un momento tranquilo para ir al baño —sin prisas ni interrupciones— ayuda a que el intestino “aprenda” la nueva rutina.
Laxantes estimulantes sin supervisión médica no son la mejor solución; pueden generar dependencia o empeorar el problema. Si el estreñimiento es crónico, es preferible consultar antes del viaje para ajustar el tratamiento.
El botiquín digestivo que sí conviene llevar
Incluir un pequeño botiquín digestivo en la maleta evita búsquedas apresuradas en farmacias desconocidas. Los médicos suelen recomendar llevar:
- Suero oral o sobres de rehidratación, esenciales si aparece diarrea.
- Un antidiarreico de uso puntual, para casos leves y cortos.
- Analgésicos seguros para el estómago, evitando excederse en dosis.
- Algún antiácido o medicamento para la acidez, frecuente con comidas copiosas.
Los antibióticos no deberían tomarse sin receta específica. Su uso inadecuado favorece resistencias y, en muchos cuadros, no aportan beneficio real.
Viajar con enfermedades digestivas: planificación milimétrica
Quienes padecen patologías como enfermedad inflamatoria intestinal, síndrome de intestino irritable, celiaquía o intolerancias alimentarias necesitan un grado extra de organización.

Llevar informe médico en el idioma del destino o en inglés, suficiente medicación para toda la estancia (en equipaje de mano y facturado) y recetas que justifiquen determinados fármacos ante controles de seguridad es fundamental.
En el caso de dietas estrictas —como la libre de gluten— conviene investigar previamente opciones, aprender frases clave en el idioma local y, si es posible, viajar con algunos alimentos seguros de “emergencia”.
Cuándo dejar de improvisar y buscar ayuda médica
No todo trastorno digestivo de viaje se resuelve con reposo y suero. Es imprescindible consultar a un profesional cuando hay fiebre alta, sangre en las heces, vómitos persistentes que impiden hidratarse, dolor abdominal intenso o signos de deshidratación (boca muy seca, mareos, poca orina).
La contratación de un seguro médico que incluya asistencia en el extranjero deja de ser un trámite burocrático para convertirse en una inversión sensata cuando surgen complicaciones. Saber de antemano a qué número llamar y cuál es el hospital de referencia más cercano puede ahorrar tiempo en situaciones de urgencia.
Proteger la digestión durante un viaje no significa renunciar a la gastronomía local, sino acercarse a ella con criterio. Escoger bien dónde comer, escuchar las señales del propio cuerpo y respetar medidas básicas de higiene permite reducir de forma notable el riesgo de incidentes.
Entre la imprudencia y la paranoia existe un amplio territorio: el de la planificación informada. En él es posible probar nuevos sabores, cambiar de paisaje y de horario sin que el intestino se convierta en el protagonista inesperado del viaje.
