El país precisa una oposición vigorosa, no lastimera

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Los resultados, realmente sorprendentes, de las últimas elecciones generales en nuestro país dejaron totalmente descolocados a los partidos de la oposición y en especial al principal de ellos, el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), que de la euforia de un proselitismo optimista pasó, sin tregua alguna, directamente a una profunda crisis. El mayor partido de la oposición estuvo a punto de perder su ya histórico segundo lugar. La oposición, se sabe, es una necesidad en todo régimen democrático para realizar el contrapeso vital al poder instalado en el Gobierno, pero en nuestro país, un sector de la oposición coquetea con el oficialismo y un sector del oficialismo coquetea con la oposición.

Los resultados, realmente sorprendentes, de las últimas elecciones generales en nuestro país dejaron totalmente descolocados a los partidos de la oposición y en especial al principal de ellos, el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), que de la euforia de un proselitismo optimista pasó, sin tregua alguna, directamente a una profunda crisis.

Era de suponer que la historia de la disputa entre el hegemónico Partido Colorado y una convergencia de partidos encabezada por el PLRA terminaría de esta forma, por el insuficiente debate interno y por la cadena de errores que ello ha ocasionado en la toma de decisiones para elegir a los aliados, ubicar a los candidatos pluripersonales y la propia postulación, por tercera vez, del candidato perdedor Efraín Alegre, entre otras cuestiones.

El mayor partido de la oposición estuvo a punto de perder su ya histórico segundo lugar ante la irrupción de un movimiento político de dudosa ideología y de casi nula propuesta programática, liderado por el ciudadano Paraguayo Cubas, que entusiasmó a ciudadanos aparentemente desencantados con los partidos tradicionales e, inclusive, con los nuevos creados para enfrentar o competir con ellos.

Los liberales enfrentaron al Partido Colorado en la época de la dictadura de Alfredo Stroessner inexplicablemente divididos, hasta que a duras penas, el PLRA quedó finalmente como la legítima organización política que representa a los de esa corriente política del Paraguay. Desaparecieron todos los pequeños partidos que operaron con alguna identidad liberal y el PLRA llegó a la democracia teniendo como capital político la lucha contra la dictadura, lo cual le sirvió de contraste con el papel desempeñado por los colorados de haber actuado como soportes al tirano.

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No obstante, los liberales nunca dejaron atrás sus rencillas internas, y a pesar de operar dentro de una sola organización, se mantuvieron siempre con varias cabecillas de grupos o movimientos, que en vez de fortalecer al partido como un instrumento de valiosa y robusta oposición, prefirieron competir entre ellos en todo momento, sin pausa ni treguas, creando vigorosos movimientos para hacerse oposición entre ellos, sin credo ni código alguno.

De esa forma limpiaron gratuitamente el camino al Partido Colorado para recorrer el sendero del triunfo, todas las veces que fueron llamados a competir, excepto en las elecciones de 2000 para designar un nuevo vicepresidente que complete el mandato del asesinado Luis María Argaña, y en 2008, en las que triunfó una alianza con la candidatura de Fernando Lugo.

Se esperaba que después de la caída de la dictadura, el PLRA fuera, si no la nueva organización política el que lleve adelante el cambio, por lo menos el partido que liderara el proceso de transición y de reformas para que otra nueva organización política capitalice la voluntad política de los ciudadanos, una vez liberados del yugo dictatorial.

La realidad de 34 años de democracia fue desastrosamente contraria al sueño de los liberales de llegar al poder de la República. En todas las competencias electorales, las disputas internas entre ellos fueron tal como se califican a sí mismos: salvajes; y los enfrentamientos entre grupos dominantes siempre fueron más duros que contra los adversarios externos.

La oposición, se sabe, es una necesidad en todo régimen democrático para realizar el contrapeso vital al poder instalado en el Gobierno, a fin de ejercer el control y poner limitaciones al abuso de poder en que inevitablemente caen las autoridades y altos funcionarios de nuestro país. Nuestra realidad es, sin embargo, la constatación inexplicable de que un sector de la oposición coquetea con el oficialismo y un sector del oficialismo coquetea con la oposición, manejándose de por medio intereses espurios de los líderes sectoriales de los partidos, lo que tergiversa totalmente el principio de trabajar juntos –pero no revueltos–, cooperar las veces que sea necesario y de negociar, si cabe, entre oficialistas y opositores para llevar adelante los planes de Gobierno.

En otras palabras, ante la inexistencia de una oposición fuerte, unida y vigorosa, el oficialismo se toma la libertad de elegir para sus opositores, lo cual fortalece el supuesto liderazgo de algunos referentes de sectores de la oposición, pero debilita a esta. De paso, se fomentan la corrupción y la impunidad, ya que mediante estas “negociaciones” se producen las repartijas de los recursos del Estado, razón principal de la naturaleza de un presupuesto nacional casi por completo destinado al pago de sueldos y beneficios a operadores políticos, con sueldos pero sin obligación de trabajar.

No estamos negando con estas afirmaciones el derecho de la oposición de aliarse con otros partidos e inclusive con el del Gobierno para impulsar juntos proyectos de interés general que beneficie al bien común. De producirse esta situación, la opinión pública debe enterarse de los pormenores del arreglo y debe poder ver los resultados dentro de cierto plazo para tener la tranquilidad de que no hubo transa, traición, claudicación y prebendas.

El PLRA necesita una autocrítica profunda de su actuación y de sus resultados adversos. Su actuales dirigentes deberían aprovechar la próxima convención partidaria para iniciar un proceso de limpiar el camino con el propósito de dar cabida en sus filas a figuras con ideas renovadas, para tratar de contribuir con el país desde un futuro Gobierno, tal como es el propósito legítimo de todo partido político.

Por último, dado que la frustración ciudadana no es un fenómeno exclusivo del PLRA, corresponde tanto al oficialismo como a la oposición evitar que esas frustraciones con los partidos y la propia democracia se conviertan en el futuro en una opción violenta de oponerse a todo, creando obstáculos artificiales y destructivos que lleven al país a confrontaciones incontrolables, que nadie quiere, excepto los violentos. Señales de esta alta probabilidad comienzan a manifestarse en nuestro escenario electoral con resultados sorpresivos y preocupantes.