Historias desconocidas de la rendición del dictador

Situaciones y testimonios, hasta ahora desconocidos del golpe del 2 y 3 de febrero de 1989, nos revela el Cnel. (R) Ramón Esquivel, quien se había puesto a disposición del Gral. Eumelio Bernal, Carlos 6. Los detalles de la rendición de Alfredo Stroessner los rescató de la versión dada por el Sgto. Automovilista Julio Flor Benegas, ayudante del entonces jefe de Estado Mayor, Gral. Alejandro Fretes Dávalos.

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El bombardeo se intensificaba frente al Regimiento Escolta Presidencial y la situación se tornaba cada vez más difícil para quienes estaban guarecidos en la última reunión del Comando en Jefe de Alfredo Stroessner.

En esos momentos álgidos, el Sgto. Automovilista Julio Flor Benegas recuerda que se encontraba en el subsuelo del edificio del Estado Mayor en compañía de medio centenar de personal de todas las jerarquías; del comandante del Regimiento Escolta Presidencial, Gral. Francisco Ruiz Díaz, a quien vio muy afectado de los nervios, por lo que permanecía sentado y muy callado en una silla, y del subcomandante del Regimiento, Cnel. Pedro Miers, al parecer en estado etílico.

Cada vez era más la concentración de fuego sobre el área y por la cercanía del edificio del escondite de Stroessner no pocos explosivos estallaron muy próximos al lugar.

Mientras iba llegando la aurora del 3 de febrero de 1989 se podían notar los movimientos de las tropas atacantes, que ya, para entonces, estaban parapetadas en las murallas del Cuartel General. La situación se tornaba insostenible, pues los sitiados estaban ya sin electricidad y sin comunicación telefónica.

El Cnel. Miers, en el estado en que estaba, sin darse cuenta llevó a la boca un cigarrillo y accionó un encendedor. Las respuestas desde afuera al resplandor no se hicieron esperar y volaron en añicos los cristales del subsuelo. El Sgto. Flor, entre susto y rabia, propinó un tremendo golpe en la nuca con la mano abierta al fumador, quien –ya desde el piso– insistía en saber qué rango tenía el que le había propinado el folclórico “saplé”. Flor muy alterado todavía le respondió: “Mi Coronel, olvídese aquí de su jerarquía”.

Violenta explosión avizora el final

A quien se le veía con mucha tranquilidad activando como una lanzadera era al Cnel. Carlos Maggi, quien al parecer estaba tratando de negociar algún pacto entre las fuerzas antagónicas y no encontraba la forma de hacerlo.

Abruptamente, ocurrió un hecho que haría cambiar la situación: Una violentísima explosión que tomó de lleno el extremo oeste del edificio del Estado Mayor hizo vibrar en su totalidad la enorme construcción de siete pisos. Fue cuando con desesperación se le escuchó al Cnel. Gustavo Stroessner decir: “¡Papá, aquí vamos a morir todos!”. El progenitor respondió: “Está bien, hablemos entonces con el Gral. Rodríguez”.

Hubo una pequeña deliberación y luego el mandatario designó al añoso Gral. César Machuca Vargas, quien de inmediato se enlazó en comunicación por radio con el Comandante revolucionario y una vez identificado le manifestó: –“Mire Rodríguez, está mal lo que está haciendo, retire toda su fuerza y absolutamente no tendrá Ud. problema”.

Pero este respondió: –“Machuca, le hago una contrapropuesta; venga Ud. junto a mí y adhiérase a la causa”.

La respuesta de Machuca no se hizo esperar:
–“Rodríguez, Ud. está equivocado”.
–“Está bien, cuando amanezca veremos quién es el equivocado”, replicó Rodríguez.

A continuación, el Gral. Fretes Dávalos tomó la radio y dijo: –“Rodríguez, yo voy a ir a hablar con Ud.”.

–“Está bien, pero traiga con Ud. al Gral. Francisco Ruiz Díaz” (Comandante del Regimiento Escolta Presidencial), replicó.

Sin embargo, no encontrándolo a Ruiz Díaz, Fretes Dávalos fue hasta la Caballería acompañado de su ayudante, el Cnel. Luis Catalino González Rojas, y –según se comenta– fue este el que informó al Comandante revolucionario del escondite del mandatario y su entorno.

Escondite descubierto

Descubierto el escondite y dada la situación que se presentaba, Gustavo Stroessner habla de nuevo y dice: “Papá, el que mejor puede hacerlo es mi Cnel. Maggi”.
El aludido sin esperar la orden se cuadró frente al mandatario y dijo con firmeza: “Si Ud. ordena mi Gral., yo cumplo la orden”.

Minutos después, Maggi, acompañado del Cnel. Pedro Hugo Cañete, muy agazapados llegaron hasta el borde amurallado del balcón sobre la oficina de guardia en donde colocándose de rodillas y poniendo las manos a modo de parlantes gritó: “¡Cnel. Lino Oviedo, quiero conversar con Ud.!”. En el segundo llamado alguien contestó: “Es Ud. mi Cnel. Maggi?”. Este contestó afirmativamente agregando: “Yo quiero hablar con Ud.”.

El otro agregó: “Entonces ríndase con todos sus hombres”; “No tengo un solo soldado a mi cargo”, confesó y siguió: “Cnel. Oviedo, suspenda el fuego y yo bajaré a conversar con Ud.”.

La orden fue transmitida a todas las estaciones de los “Carlos” a modo de red de radio conforme lo planificado por el Cnel. de Comunicaciones, Jorge Mendoza Gaete, director de las estaciones de control de red, tanto la de los “Carlos” como de la de los “Víctor” durante esa operación militar.

Fue cuando de algún rincón surgió la figura del Comandante de la Fuerza en uniforme de combate saludando militarmente al comisionado, pero intimándolo al mismo tiempo a que entregara en carácter de prisioneros a los generales Ruiz Díaz, Guanes y Johanssen. El aludido respondió que no estaba en sus atribuciones lo solicitado, pero que informaría inmediatamente a los afectados; y así lo hizo.

A su vuelta dijo: “Oviedo, por qué no me acompaña Ud., mi General está aquí arriba”. Este aceptó, pero antes giró sobre sus talones dirigiéndose a su tropa: “Si atentan en contra mía, pulvericen a todos los que están arriba”. –“No habrá necesidad”, afirmó el acompañante.

La rendición

Cuando el oficial revolucionario se cuadró frente a Stroessner, este se le adelantó y le dijo: “Mire, Cnel. Oviedo, yo quiero ir a descansar en mi residencia”.

–“Voy a consultar el caso, mi General”, respondió Oviedo.
Como los teléfonos de Antelco ya estaban interrumpidos, tuvo que comunicarse por radio con el Gral. Andrés Rodríguez para luego comunicar al interesado que las órdenes eran alojarlo en una residencia del Primer Cuerpo de Ejército, y dicho esto invitó a todos que descendieran hasta la calle Eligio Ayala.

De nuevo en el sótano

Volviendo a lo que estaba ocurriendo en el subsuelo –sigue relatando al respecto el Sargento Flor, en aquellos momentos entró a la carrera el Cnel. Médico Patricio Figueredo, que a consecuencia de los trabajos de primeros auxilios a los heridos estaba con la bata médica empapada de sangre.

En la penumbra se notaba al corpulento galeno que se cuadró frente al Gral. Francisco Ruiz Díaz, quien permanecía sentado y cabizbajo.

El médico militar le dijo: “Mi Gral., tengo un mensaje para Ud.”. El aludido se irguió como una lanza: “Sí!”, contestó.

Prosiguió el galeno: “Le hace decir mi Gral. Andrés Rodríguez que lo va a pulverizar”.
Un aturdido Ruiz Díaz dijo o quiso decir algo en voz alta, pero al pretender sentarse cayó al suelo aparatosamente con la silla.

En ese instante, entraron al lugar algunos hombres de la fuerza atacante y despojaron de sus armas a todo el personal sin importar jerarquías, ordenando al mismo tiempo que todos salieran a la calle frente a la guardia del Cuartel General.

Para entonces, todos los guarecidos en el edificio del Estado Mayor ya estaban afuera, frente al lugar.

Stroessner y su familia

El Sgto. Flor se ubicó a escasos cinco metros del vehículo que para entonces ya estaba ocupado por el derrocado presidente Alfredo Stroessner y su familia.

Entre los testimonios, el Cnel. Ramón Esquivel rescata la narración muy puntual que hace el Sargento Flor sobre lo acontecido allí: “El Gral. Stroessner estaba en ese momento con el rostro totalmente desencajado, el mentón caído y girando en algún momento la cabeza hacia el Cnel. Oviedo, con un tono de voz muy bajo repetía el nombre LINO. Este, que estaba dando órdenes a sus subordinados, al percatarse de la situación, dijo: “Señor, guarde silencio” e inmediatamente agregó: “Yo estoy cumpliendo órdenes del señor Comandante en Jefe, mi Gral. Andrés Rodríguez”.

Segundos después, Oviedo abordaba también el mismo vehículo del derrocado marchándose del lugar; al tiempo que los tres generales, Guanes, Ruiz Díaz y Johanssen, fueron embarcados en un tanque Urutu y partieron del lugar”.

De esta forma, llegaba a su fin la última reunión del Comando en Jefe del 2 y 3 de febrero de 1989. Veinticinco años después, los relatos llegan a nosotros con detalles reveladores del golpe.

pgomez@abc.com.py

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