Oscar del Barco: «No matarás»

En memoria del filósofo y poeta cordobés Oscar del Barco (Bell Ville, Córdoba, Argentina, 5 de enero de 1928 - Córdoba, Argentina, 2 de junio de 2024), cuyas palabras siguen molestando exactamente donde hay que molestar.

Oscar del Barco
Oscar del Barco

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El pasado domingo falleció el escritor Oscar del Barco. Había nacido el 5 de enero de 1928 en la ciudad de Bell Ville, en la provincia argentina de Córdoba. En México, donde se exilió de 1975 a 1983, Del Barco publicó su trilogía marxista Esencia y apariencia en El Capital (1977), Esbozo de una crítica a la teoría y práctica leninistas (1980) y El Otro Marx (1983)–, fue director del Centro de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Autónoma de Puebla y experimentó con el peyote. Entre sus méritos están haber traducido a Sade, Bataille, Blanchot, Althusser, Barthes, Artaud y otros herejes, habernos legado una rica obra ensayística y poética y haber sido desde sus inicios hasta sus últimos días un pensador de izquierda incómodo para la izquierda, tanto por sus críticas (sobre todo del leninismo) como por sus autocríticas.

Es de estas últimas que quiero hablarles hoy.

En 1963, Oscar del Barco, con otros jóvenes intelectuales marxistas, fundó la revista Pasado y Presente, fue expulsado del Partido Comunista y conoció a Ciro Bustos.

Bustos le informó que en el norte del país iba a establecerse un «foco» revolucionario: el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), y el grupo de Pasado y Presente decidió apoyar al EGP y ayudarle a reclutar militantes. En el entusiasmo de aquellos años inmediatamente posteriores al triunfo de la Revolución cubana, las ideas del Che sobre los «focos» que llevarían la lucha antiimperialista a toda Latinoamérica prosperaron naturalmente, y el EGP formó parte de ese proyecto guevarista de liberación continental.

Pasado y Presente. Revista trimestral de ideología y cultura
Pasado y Presente. Revista trimestral de ideología y cultura

Pero el EGP apenas duró unos meses. Entre julio de 1963 y abril de 1964, sus cerca de treinta integrantes se entrenaron duramente en la selva de Orán, al norte de la provincia de Salta, cerca de la frontera con Bolivia, para un destino heroico que no llegó nunca. Cuando fue desarticulado por las fuerzas de seguridad, el EGP no había realizado ningún operativo.

En cambio, había asesinado a dos de sus propios militantes: Adolfo «Pupi» Rotblat y Bernardo «Nardo» Groswald. Pupi era estudiante universitario y porteño; Nardo era cordobés y empleado de banco. Pupi era asmático y débil, y Nardo tenía sobrepeso y era miope como un topo, pero en esos años todo parecía posible y ellos estaban dispuestos a pelear por un mundo mejor, así que se unieron al EGP. Por desgracia, Pupi se retrasaba en las marchas y sufría constantes ataques de asma. Considerado una carga para el grupo, fue juzgado, condenado a muerte y ejecutado el 15 de noviembre de 1963 a los 20 años de edad. Y Nardo, incapaz de seguir el ritmo de los demás, se quebró –los testimonios hablan de llanto, masturbación compulsiva, falta de higiene...– y fue juzgado por pérdida de la moral revolucionaria, condenado y fusilado el 19 de febrero de 1964 a los 19 años de edad.

Hay una famosa anécdota que cuenta el médico Paul Brand: alguien le preguntó a la antropóloga Margaret Mead cuál era la más antigua señal de civilización que conocía, y Mead respondió que un fémur roto y curado. Es la prueba de que alguien se detuvo, se quedó con el que había caído y lo cuidó hasta que pudo andar de nuevo. Ese es el comienzo de la civilización.

Margaret Mead (al centro) en Samoa, circa 1926.
Margaret Mead (al centro) en Samoa, circa 1926.

Para mediados de abril de 1964, el Ejército Guerrillero del Pueblo estaba desmantelado, y todos sus combatientes estaban detenidos, muertos o prófugos.

Pasaron los años. Pasaron Onganía y el Cordobazo, los Montoneros y el ERP, las traducciones y los prólogos para editorial Caldén con el seudónimo de Alberto Drazul, la triple A y el golpe del 76, el exilio mexicano y el peyote en las noches de Veracruz, y el regreso y las clases de Filosofía en la Universidad de Córdoba… Y un buen día, a fines de 2004, la revista cordobesa La Intemperie publicó una entrevista a Héctor Jouvé, antiguo combatiente del Ejército Guerrillero del Pueblo.

Y al leer esa entrevista resucitaron los misterios de esos meses oscuros enterrados cuarenta años atrás en la selva salteña, con sus sórdidos horrores que solo podemos sospechar –la sombra del crimen enturbiando los ojos, la paranoia palpándose en el aire, el olor alucinado de la sangre, el desteñido sueño de la gloria, la espesa atmósfera de las pesadillas–.

Jouvé se acuerda de la muerte de Pupi. «Justo ese día se hace el juicio a Pupi (Adolfo Rotblat) –decía en las páginas de La Intemperie–, un juicio en el que yo no participé. Cuando llegamos, Masetti [el periodista Ricardo Masetti, «Comandante Segundo»], que era el jefe, nos comunica que lo iban a fusilar. Yo le pregunto por qué. Y me dice cosas como que el Pupi no andaba, que en cualquier momento nos iba a traicionar, que andaba haciendo ruido con la olla, que andaba desquiciado…».

Más adelante Jouvé se acuerda del final de Nardo: «Y bueno, también se hace un juicio contra él, el muchacho bancario (Bernardo Groswald). Ese juicio termina en un fusilamiento. Estuvimos todos cuando se lo fusiló. Realmente me pareció una cosa increíble. Yo creo que era un crimen, porque estaba destruido, era como un paciente psiquiátrico…».

Combatientes del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) cruzando un río
Combatientes del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) cruzando un río

La entrevista al exguerrillero Héctor Jouvé fue publicada en los números 15 y 16, de octubre y noviembre de 2004, de La Intemperie. En el número siguiente de La Intemperie, el de diciembre, apareció una carta de Oscar del Barco dirigida al director de la revista, Sergio Schmucler, que comenzaba así:

«Señor Sergio Schmucler:

Al leer la entrevista con Héctor Jouvé, cuya transcripción ustedes publican en los dos últimos números de La Intemperie, sentí algo que me conmovió, como si no hubiera transcurrido el tiempo, haciéndome tomar conciencia (muy tarde, es cierto) de la gravedad trágica de lo ocurrido durante la breve experiencia del movimiento que se autodenominó “ejército guerrillero del pueblo. Al leer cómo Jouvé relata suscinta y claramente el asesinato de Adolfo Rotblat (al que llamaban Pupi) y de Bernardo Groswald, tuve la sensación de que habían matado a mi hijo y que quien lloraba preguntando por qué, cómo y dónde lo habían matado, era yo mismo.

En ese momento me di cuenta clara de que yo, por haber apoyado las actividades de ese grupo, era tan responsable como los que lo habían asesinado. Pero no se trata sólo de asumirme como responsable en general sino de asumirme como responsable de un asesinato de dos seres humanos que tienen nombre y apellido: todo ese grupo y todos los que de alguna manera lo apoyamos, ya sea desde dentro o desde fuera, somos responsables del asesinato del Pupi y de Bernardo. Ningún justificativo nos vuelve inocentes. No hay “causas” ni “idealesque sirvan para eximirnos de culpa. Se trata, por lo tanto, de asumir ese acto esencialmente irredimible, la responsabilidad inaudita de haber causado intencionalmente la muerte de un ser humano. Responsabilidad ante los seres queridos, responsabilidad ante los otros hombres, responsabilidad sin sentido y sin concepto ante lo que titubeantes podríamos llamar “absolutamente otro”. Más allá de todo y de todos, incluso hasta de un posible dios, hay el no matarás».

El impacto de la carta de Oscar del Barco fue tremendo. Seguida por réplicas y contrarréplicas, desató uno de los debates ético-políticos más interesantes de las últimas décadas y suscita hasta hoy toda clase de reflexiones. En cierta forma, convirtió a Del Barco –ensayista, poeta, editor y traductor con más de veinte libros publicados– en autor ante todo de esas contadas páginas que han pasado a la historia como «No matarás». Título adecuado, por sus solemnes connotaciones religiosas, para una autocrítica mucho más profunda y universal que la usual en organizaciones de izquierda, relativa a la eficacia antes que a la moral: «Repito, no existe ningún “ideal” que justifique la muerte de un hombre, ya sea del general Aramburu, de un militante o de un policía –escribe Del Barco–. El principio que funda toda comunidad es el no matarás. No matarás al hombre porque todo hombre es sagrado y cada hombre es todos los hombres».

Miembros del EGP capturados en Salta en 1964
Miembros del EGP capturados en Salta en 1964

La carta de Oscar del Barco abrió por fin un debate tan imparable como una explosión en cadena sobre la violencia revolucionaria. Sus palabras siguen molestando exactamente donde hay que molestar: «¿Qué diferencia hay –se pregunta Del Barco– entre Santucho, Firmenich, Quieto y Galimberti, por una parte, y Menéndez, Videla o Massera, por la otra? Si uno mata, el otro también mata. Esta es la lógica criminal de la violencia. Siempre los asesinos, tanto de un lado como del otro, se declaran justos, buenos y salvadores. Pero si no se debe matar y se mata, el que mata es un asesino, el que participa es un asesino, el que apoya, aunque solo sea con su simpatía, es un asesino. Y mientras no asumamos la responsabilidad de reconocer el crimen, el crimen sigue vigente. Más aún. Creo que parte del fracaso de los movimientos “revolucionarios” que produjeron cientos de millones de muertos en Rusia, Rumania, Yugoslavia, China, Corea, Cuba, etc., se debió principalmente al crimen. Los llamados revolucionarios se convirtieron en asesinos seriales, desde Lenin, Trotski, Stalin y Mao, hasta Fidel Castro y Ernesto Guevara. No sé si es posible construir una nueva sociedad, pero sé que no es posible construirla sobre el crimen y los campos de exterminio. Por eso las “revoluciones” fracasaron y al ideal de una sociedad libre lo ahogaron en sangre. Es cierto que el capitalismo, como dijo Marx, desde su nacimiento chorrea sangre por todos los poros. Lo que ahora sabemos es que también al menos ese “comunismo” nació y se hundió chorreando sangre por todos sus poros».

Si Del Barco señala que asesinar es siempre asesinar, sin importar quién lo haga, no es porque ignore la asimetría entre violencia subversiva y violencia estatal: es porque ninguna asimetría justifica el uso de los métodos de los opresores, uso que borra las diferencias entre Santucho, Firmenich o Galimberti, de un lado, y Menéndez, Videla o Massera del otro. Del Barco no se excusa, por otra parte, con el fácil subterfugio del candor o la ignorancia: «fuimos partidarios del comunismo ruso, después del chino, después del cubano –escribe en su carta–, y como tal callamos el exterminio de millones de seres humanos que murieron en los diversos gulags del mal llamado “socialismo real”. ¿No sabíamos? El no saber, el hecho de creer, de tener una presunta buena fe o buena conciencia, no es un argumento, o es un argumento bastardo. No sabíamos porque de alguna manera no queríamos saber. Los informes eran públicos. ¿O no existió Gide, Koestler, Víctor Serge e incluso Trotsky, entre tantos otros?».

No fue un arrebato pasajero. Diez años después, en 2014, Oscar del Barco rechazó el premio que le había otorgado la Fundación Konex a su trayectoria. Los Premios Konex –WikiPedia dixit– «fueron instituidos para reconocer cada año a las personalidades e instituciones más distinguidas en las ramas del quehacer de Argentina que sirven de ejemplo a la juventud». Declaró entonces Del Barco que, por razones éticas, se negaba a aceptar un galardón que había sido concedido a cómplices de la dictadura militar; además, añadió, estaba en desacuerdo con que se premie solo a intelectuales y «no a obreros, enfermeras, empleados, albañiles y empleadas domésticas». Pero entre los motivos de Oscar del Barco para rechazar el Premio Konex, este fue el más hermoso: «No me considero de ninguna manera un ejemplo ético a proponer a los jóvenes por cuanto no solo apoyé la dictadura totalitaria de la Unión Soviética y la falta de libertades en Cuba, sino que acepté en 1964 el asesinato de dos integrantes del llamado Ejército Guerrillero del Pueblo».

Muy pocas veces aparecen en el mundo personas con la honestidad y la valentía necesarias para decir palabras como esas.

Óscar del Barco (1928 - 2024)
Óscar del Barco (1928 - 2024)

Referencias

Oscar del Barco: «Carta enviada a La Intemperie». En: AA. VV. Sobre la responsabilidad: No matar, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 2014.

Héctor Jouvé: «La guerrilla del Che en Salta, 40 años después. Testimonio de Héctor Jouvé». En: La Intemperie, números 15 y 16 (octubre y noviembre de 2004).

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