Kawanabe Kyosai, el Demonio de la Pintura

Kawanabe Kyosai vio la luz en Koga, en la prefectura de Ibaraki, un día de mayo, y esta semana fue su aniversario. El Suplemento Cultural saluda respetuosamente al inmortal Shuchu Gaki, «El Demonio de la Pintura».

Kawanabe Kyosai (1831 - 1889).
Kawanabe Kyosai (1831 - 1889).

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Firmaba a veces con el seudónimo de Shojo Kyosai, «Kyosai el Borracho», pero ha pasado a la historia con el apodo que le dio uno de sus admirados maestros, Maemura Towa: Shuchu Gaki, «El Demonio de la Pintura». Llevaría ese apodo a lo largo de una vida de excesos que atravesó la era Edo y la Meiji, reflejando los traumas de la muerte y el tiempo –que críticos e historiadores prefieren reducir a los traumas del paso del Japón feudal a la nación industrializada– en espectros desintegrados por sicóticas alegrías que nadie ha osado nunca pintar sobrio.

En 1854, cuando Kyosai tenía 23 años, el shogunato Tokugawa firmó un acuerdo económico con Estados Unidos y abrió las fronteras al dinero, la tecnología y la cultura occidentales. Disuelto el orden feudal, borrados en pocos años para siempre los samuráis del mapa, los demonios del viejo mundo extinto seguirán persiguiendo a Akutagawa y poseyendo a Mishima entrado el siglo XX, y proyectándose hasta hoy entre las sombras en las pantallas de cine con Kurosawa. Al acecho en la oscuridad del bosque, en las afueras de aldeas y ciudades, desterrados de la realidad al limbo entre el pasado extinto y la vida presente, entre el sueño y la vigilia, entre las tinieblas y la luz, entre la memoria y el olvido, resistiéndose a desaparecer, tomaron por asalto el ebrio corazón, la diestra mano y la obra alucinada de Kyosai. Que, seducido por el reino prodigioso de la muerte, con los bocetos que hizo del cadáver de su segunda esposa la pintó como espectro atormentado, con la cabeza del artista, su viudo, en una mano.

Qué podemos decir de Shojo Kyosai. Que tenía fama de beber tres botellas de sake antes de cada mediodía. Que no llegó a cumplir sesenta años. Que trabajó con Utagawa Kuniyoshi, maestro del ukiyo-e, y asistió a la escuela de pintura Kano, pero abandonó pronto toda educación formal y, en un Japón que empezaba a mirar a Occidente luego de más de doscientos años de aislamiento, produjo una obra tan escandalosa como su bien merecida reputación de borracho y, tanto bajo el shogunato de los Tokugawa como en la era Meiji, fue arrestado mil veces tanto por sus cuadros (era un gran satírico) como por su conducta (era un gran salvaje).

Por ambas razonas, fue a parar a una celda en la prisión de Tokio en 1870 luego de una shogakai, una de esas peligrosas tertulias nocturnas del periodo Edo en las que corría el sake, aunque en esa ocasión algo tuvo que ver cierta pintura que le valió cincuenta latigazos, una caricatura de los visitantes europeos perpetrada en un momento en el cual las clases dirigentes del país buscaban aggiornarse adoptando los valores occidentales de la razón, la ciencia y el progreso. Y es que cuando la tradicional cultura campesina empezaba a ser desdeñada por «atrasada» y «primitiva», el gran contrera de Shojo Kyosai celebró con frenesí todo lo que disgustaba a los europeos y sus émulos locales. En recompensa, fue enormemente popular entre la mayoría de la gente, con sus vibrantes imágenes de criaturas míticas tan desobedientes y monstruosas como él.

En 1874, Kyosai y su amigo Kanagaki Robun crearon E-shinbun Nipponchi, publicación de arte y humor considerada hoy la primera revista de manga –término acuñado por Hokusai, de la que llegaron a publicar tres números y en la que se dedicaron a criticar a los japoneses que adoptaban indumentarias y costumbres occidentales. Pero eso no es lo mejor –o lo peor–; es apenas uno de los alarmantes desafíos de su breve existencia tumultuosa. En sus aulas los paraguas andan, a los pupitres les brotan patas y todos los objetos cobran vida, y en sus barrocos campos de batalla, de las monturas de sus huestes mitológicas cuelgan morbosamente las cabezas humanas. Unos días antes de morir, terminó su última obra, un autorretrato, tambaleante silueta encorvada por la fatal enfermedad con la que el satírico despiadado se ríe finalmente de sí mismo. Kawanabe Kyosai vio la luz en Koga, en la prefectura de Ibaraki, un día de mayo, y esta semana fue su aniversario. Hoy El Suplemento Cultural saluda respetuosamente a Kyosai el Borracho, el inmortal Shuchu Gaki, «Demonio de la Pintura».

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