Una revolución olvidada (1). El motín de Kiel

Soldados sublevados con la bandera roja cruzan la Puerta de Brandeburgo en Berlín el 9 de noviembre de 1918.
Soldados sublevados con la bandera roja cruzan la Puerta de Brandeburgo en Berlín el 9 de noviembre de 1918.Gentileza

Esta es la historia de un proceso revolucionario que derrocó a una monarquía y llevó al colapso a un imperio, la historia de Rosa Luxemburgo y de Karl Liebknecht, la historia de una Navidad sangrienta y un Año Nuevo de insurrección, la historia de una derrota que allanó el camino al ascenso del fascismo y marcó la historia del siglo XX. Primera entrega de esta nueva serie que aprovecha el clima de tránsito y transformación de los días de fin de año para revivir una gesta que pudo cambiar el mundo.

Entre noviembre de 1918 y enero de 1919, Alemania fue sacudida por un proceso revolucionario detonado por el descalabro militar en la Primera Guerra Mundial y el impacto de la Revolución rusa. Aquella insurrección colocó el poder obrero y socialista en primer plano, precipitó la abdicación del káiser Guillermo II y socavó los cimientos del imperialismo alemán. Aunque quedó eclipsada por acontecimientos como el ascenso del nazismo y la Segunda Guerra Mundial, un desenlace distinto podría haber alterado profundamente la historia europea del siglo XX y, en buena medida, la del mundo. Rescatar del olvido esa gesta obrera y reflexionar sobre sus enseñanzas sigue siendo una tarea necesaria.

El colapso del frente occidental en septiembre de 1918 acentuó el hartazgo de la población ante los salarios reales hundidos, la miseria, el racionamiento y la percepción de estar librando una batalla perdida. El descontento creciente se manifestaba en deserciones, asambleas y las grandes huelgas de 1916, 1917 y 1918 (1).

En las calles se quebró la «Unión Sagrada» que había sustentado el chovinismo bélico y se hizo evidente la bancarrota del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), de origen marxista, que al votar los créditos de guerra en 1914 traicionó el internacionalismo proletario.

La bancarrota del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD)

El SPD era entonces la principal fuerza obrera de Europa: con más de un millón de afiliados, controlaba los «sindicatos libres», que organizaban a 2,5 millones de trabajadores. Este enorme aparato –que incluía 90 periódicos con 267 periodistas, «casas del pueblo» y una amplia red de universidades populares, clubes y bibliotecas– empleaba a más de 10.000 funcionarios remunerados. La preservación de este patrimonio material, resultado de una capacidad organizativa impresionante pero también fuente de privilegios para la burocracia partidaria y sindical, se convirtió en prioridad absoluta, transformando al partido en una fuerza conservadora y temerosa de cualquier acción que pudiera poner en riesgo su existencia legal.

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 El motín de los marineros de la flota de Kiel, noviembre de 1918.
El motín de los marineros de la flota de Kiel, noviembre de 1918.

En 1912, el SPD obtuvo 4,2 millones de votos y 110 escaños en el Reichstag, convirtiéndose en el principal partido parlamentario. A medida que aumentaba su peso electoral, crecía también el ala reformista, que defendía una «evolución» gradual y pacífica hacia el socialismo e incluso justificaba la política colonial alemana. El socialismo alemán, como es sabido, era la referencia de la Segunda Internacional. Sin embargo, ante la guerra «por el reparto del mundo», en vez de llamar a la clase obrera a voltear las armas contra sus gobiernos, alimentó un socialchovinismo que envió a millones de obreros alemanes a matar a obreros de otros países en nombre de los intereses de su burguesía nacional.

Desde el voto a los créditos de guerra en 1914, la política del Burgfrieden –paz social con el imperio– subordinó al SPD y a la cúpula sindical a la continuidad del esfuerzo bélico y de los beneficios extraordinarios de los grandes conglomerados industriales que se enriquecían con la contienda, como Krupp, Thyssen, BASF, Bayer o el naciente trust IG Farben. Carl Legien, líder de los sindicatos socialdemócratas, fue una pieza clave en este engranaje: tanto él como la dirección del partido hicieron lo posible por contener y derrotar desde dentro las huelgas políticas y el movimiento emergente de consejos. Tras el estallido revolucionario, el pacto Stinnes-Legien del 15 de noviembre de 1918 renovó esa colaboración de clases: Hugo Stinnes, uno de los magnates más poderosos de Alemania, acordó concesiones laborales –como la jornada de ocho horas– a cambio de preservar la propiedad capitalista y desactivar el poder de los consejos obreros.

Los espartaquistas

Así, el SPD se puso al servicio de impedir la lucha de clases para que la burguesía alemana pudiera, primero, proseguir la guerra y, luego, salvar el orden social que garantizaba sus fortunas.

Los únicos que se opusieron a la política de la mayoría del SPD fueron los sectores revolucionarios e internacionalistas, encabezados por Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin y Franz Mehring, entre otros.

En 1914, estos sectores formaron el Gruppe Internationale, fracción del SPD. Liebknecht fue el único diputado socialista que votó en contra de los créditos de guerra en diciembre de ese año y, al igual que Rosa Luxemburgo, fue encarcelado en distintos momentos entre 1915 y 1918 por su oposición a la guerra. A pesar de la represión, la fracción se consolidó a comienzos de 1916 como el Grupo Espartaco (Spartakusgruppe), que actuó dentro del USPD (2), aunque con independencia. Tras el estallido revolucionario, adoptaría el nombre de Liga Espartaquista (Spartakusbund), núcleo del Partido Comunista Alemán (KPD) fundado en diciembre de 1918.

La sublevación de los marineros de Kiel

Desde 1916, el poder real había pasado a manos del Mando Supremo del Ejército (Oberste Heeresleitung, OHL), dirigido por Hindenburg y Ludendorff, que instauró una dictadura militar de facto, reforzando la censura y la represión interna. En el frente, los soldados soportaban privaciones crecientes; en la retaguardia, el Estado imperial impuso una estricta disciplina militar en las fábricas, con jornadas de hasta doce horas y desplome del poder adquisitivo de la clase obrera. Todo con el respaldo político del SPD, que mantenía su compromiso con el esfuerzo bélico bajo el Burgfrieden.

El punto de inflexión del proceso se dio el 29 de octubre de 1918 con el motín de los marineros de Kiel. La negativa a cumplir una orden suicida del Alto Mando (OHL) –una ofensiva naval contra la flota británica en el canal de la Mancha– derivó en rebelión: los marineros desarmaron a los oficiales, tomaron los buques de guerra, ocuparon los arsenales, liberaron a sus camaradas presos y, con el apoyo de los trabajadores de los astilleros, formaron un Consejo de Obreros y Soldados que asumió el control efectivo de Kiel.

Rebelión de marineros en Kiel
Rebelión de marineros en Kiel

Los sublevados resistieron la represión y, en la mañana del 5 de noviembre, la bandera roja ondeaba en los buques de la Marina Imperial anclados en el puerto. La Revolución alemana había comenzado.

Delegaciones de marineros de Kiel llevaron la insurrección hacia Hamburgo, Bremen, Hannover, Colonia, Múnich y Berlín, impulsando la creación de consejos de obreros y soldados y su rápida articulación. Estos consejos eran electos directamente por las bases y sus representantes podían ser revocados en cualquier momento.

En pocos días, el movimiento adquirió un carácter abiertamente político: exigía la paz inmediata, una profunda democratización del Estado y del Ejército y la abdicación de Guillermo II. El SPD, completamente adaptado a las instituciones del Estado burgués, hizo lo posible por contener la revolución y mostrarse confiable ante la clase dominante y el alto mando militar. El 3 de octubre de 1918, el príncipe Max von Baden asumió como último canciller del Imperio e incorporó por primera vez a líderes del SPD al gabinete: Philipp Scheidemann como secretario de Estado y Gustav Bauer al frente del nuevo Ministerio de Trabajo. Gustav Noske, futuro ministro de Defensa, fue enviado a apaciguar la rebelión en Kiel. La función central del SPD fue respaldar las negociaciones y frenar las insurrecciones que se extendían desde Kiel, desactivando los consejos de obreros y soldados. Friedrich Ebert, principal dirigente socialdemócrata, expresó claramente su posición el 7 de noviembre en conversación con el príncipe: «Si el emperador no abdica, la revolución social es inevitable. Pero yo no la quiero; la odio con toda mi alma».

Dualidad de poderes

La revolución llega a Berlín el 9 de noviembre de 1918 con una huelga general insurreccional. El káiser abdica y huye del país. Casi al mismo tiempo, se desencadenan procesos revolucionarios en el Imperio Austrohúngaro, aliado estratégico de la monarquía alemana. En Austria y Hungría también surgieron consejos de obreros y soldados, siguiendo el ejemplo ruso, pero –igual que el SPD en Alemania– las direcciones socialdemócratas locales actuaron para contener la revolución y encauzarla hacia la instauración de repúblicas burguesas. El núcleo de los imperios centrales de 1914 se derrumbaba al unísono.

Cabe destacar papel decisivo que los Revolutionäre Obleute (ROs) –delegados obreros elegidos en las grandes fábricas de Berlín que impulsaron las huelgas desde 1916– jugaron en la caída del II Reich y la instauración de los consejos de obreros y soldados el 9 de noviembre de 1918. Aunque colaboraron con la Liga Espartaquista durante la insurrección y participaron en la creación del KPD en diciembre, mantuvieron una estrategia autónoma y consejista, desconfiando del centralismo partidario. Por eso, dirigentes como Richard Müller no se integraron plenamente al KPD.

Obreros en Berlín, noviembre de 1918
Obreros en Berlín, noviembre de 1918

El 9 de noviembre de 1918 quedó marcado por la coexistencia de dos proyectos de poder. Desde el Palacio Imperial, Karl Liebknecht proclamó la «República Socialista Libre de Alemania», sostenida en los consejos de obreros y soldados que se extendían por todo el país. Horas antes, desde un balcón del Reichstag, Philipp Scheidemann había anunciado una república parlamentaria, destinada a preservar el Estado burgués con fachada «democrática» y a mantener intacta la estructura del Ejército. Aquella disputa entre dos repúblicas resumía el choque central del proceso revolucionario: consejos o parlamento; revolución socialista o continuidad del orden capitalista. Por un lado, el poder obrero emergente, encarnado en los consejos; por otro, el poder burgués en crisis, sostenido por el viejo aparato administrativo y militar, que sobrevivía gracias al apoyo del SPD. La dirección socialdemócrata había decidido que su principal enemigo no era el orden capitalista ni los restos de la monarquía, sino la revolución obrera que amenazaba con transformarlo todo.

Esa dualidad de poderes –expresión aguda de la lucha de clases– no podía sostenerse por mucho tiempo. Ambas clases sociales se preparaban para un embate definitivo. En Moscú y Petrogrado, los bolcheviques depositaban enormes esperanzas en el impulso que una revolución triunfante en Alemania podría dar a la revolución europea.

En ese contexto, tras la caída de la dinastía Hohenzollern, se conformó un gobierno provisional denominado Consejo de los Comisarios del Pueblo (Rat der Volksbeauftragten), coalición del SPD y el USPD. Ebert asumió como jefe del gobierno. El reformismo socialdemócrata y el centrismo del USPD llegaban así al poder y, como administradores del orden burgués, redoblaron sus esfuerzos para frenar y desviar la revolución en curso.

El pacto entre el SPD y el Alto Mando militar

Desde el primer día, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo se situaron en la oposición al nuevo gobierno. Su crítica a la línea del SPD fue implacable. Desde la Liga Espartaquista, orientaron el proceso hacia la conquista del poder socialista a través de los consejos. Una vez liberada de la prisión de Breslau, Rosa volcó todas sus energías en la edición del periódico Die Rote Fahne (La Bandera Roja), dedicado a impulsar la salida socialista.

El choque entre revolución y contrarrevolución se intensificaba. La crisis del Estado capitalista, el colapso del Ejército y el poder de atracción de los sóviets rusos creaban condiciones objetivas excepcionales para trascender los límites de la democracia liberal, socializar la propiedad burguesa y avanzar hacia la construcción de una auténtica democracia obrera.

Entonces, un día después de la caída de la monarquía, Ebert dio un paso decisivo para aplastar la revolución: pactó en secreto con el general Wilhelm Groener, comandante del OHL. A cambio de que el gobierno garantizara la continuidad del antiguo orden y combatiera la amenaza «bolchevique», el Ejército se comprometía a sostener al gabinete socialdemócrata. Gracias a este acuerdo, la burocracia imperial, los generales, la policía y los jueces monárquicos permanecieron en sus puestos.

El pacto fue decisivo para bloquear todo avance hacia una República de Consejos (Räterepublik). Con la aprobación del SPD, el Ejército organizó la represión de las huelgas, el desarme de las milicias obreras y el desmantelamiento de los consejos. Este eje contrarrevolucionario, reforzado luego por la acción de grupos armados de ultraderecha, permitió aplastar sangrientamente la insurrección de enero de 1919 y encauzó el proceso revolucionario hacia una república burguesa parlamentaria que sería consagrada en la Asamblea Constituyente reunida en Weimar.

(Continuará…)

9 de noviembre de 1918 en Berlín. Ante el cuartel de los Ulanos de la Guardia, los soldados se solidarizan con los trabajadores en huelga. El cartel dice: "¡Hermanos! ¡No disparéis!"
9 de noviembre de 1918 en Berlín. Ante el cuartel de los Ulanos de la Guardia, los soldados se solidarizan con los trabajadores en huelga. El cartel dice: "¡Hermanos! ¡No disparéis!"

Notas

(1) En la «Gran Huelga de Enero» (28/01/1918), organizada por los Revolutionäre Obleute, un millón de obreros (400.000 en Berlín) exigieron la paz sin anexiones y la democratización de Prusia. La dirección del SPD se integró al comité de huelga para desactivarla desde dentro. Fue aplastada militarmente el 4 de febrero y miles de huelguistas fueron represaliados y enviados al frente.

(2) USPD: Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania, escisión del SPD fundada en 1917. Agrupaba a sectores heterogéneos (desde revisionistas hasta revolucionarios) unidos por su oposición a la guerra.

*Ronald León Núñez es sociólogo por la Universidad Nacional de Asunción (2009), máster (2015) y doctor (2021) en Historia por la Universidad de São Paulo, Brasil, miembro del Comité Paraguayo de Ciencias Históricas (CPCH), colaborador de El Suplemento Cultural y autor, entre otros libros, de Revolución y Genocidio: El mal ejemplo de la independencia paraguaya y su destrucción (Arandurã, 2011) y La Guerra contra el Paraguay en debate (Lorca, 2019).

El historiador Ronald León Núñez, acompañado por Montserrat Álvarez, directora del Suplemento Cultural de ABC Color, brindó detalles acerca de su libro que se presentará hoy a las 18:30 en el Archivo Nacional.
El historiador Ronald León Núñez acompañado por Montserrat Álvarez, directora del Suplemento Cultural de ABC Color.