El aguijón de El Mosquito («Artículo Serio»)

Recordamos a este «periódico semanal satírico burlesco de caricaturas» que salió a las calles el 24 de mayo de 1863 y con el cual El Suplemento Cultural se siente, en más de un aspecto, cordialmente identificado.

El Mosquito, domingo 21 de mayo de 1882.
El Mosquito, domingo 21 de mayo de 1882.Archivo, ABC Color

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«Nunca se ha precisado por completo todo lo que se implica en el hecho de que el autor escribe para un público» (Pierre Bordieu, Campo de poder, campo intelectual).

Innovador y desfachatado; sumario, glosario y compendio de una sociedad y una época y testigo de su momento histórico; con la caricatura gráfica y la sátira verbal como claves de un nuevo e irreverente pacto con públicos emergentes de la cultura de masas, el semanario ilustrado «satírico-burlesco» El Mosquito salió a las calles el domingo 24 de mayo de 1863 para reírse durante treinta años de la situación política y social de Argentina y del mundo. El Mosquito consigna en ese primer número que sus editores son los señores Meyer y Cía, que la impresión estuvo a cargo de los talleres de P. Buffet (después pasará a la Imprenta de Pablo Coni) y que…

«...Las columnas de este periodiquillo serán un espejo de barbero: cuanta carusa rueda por este valle, se mirará en él sin preferencia, si no es la de sus merecimientos de correa...»

Con caricaturas y escritos de Henri Meyer, Jules Monniot, Henri Stein (ebanista parisino de 22 años que daba lecciones de dibujo y que publicó en mayo de 1868 su primera ilustración para El Mosquito, un autorretrato de presentación en el que explicaba que se encargaría de hablar de la «feliz» situación del país), el francés Lucien Cloquet, el español Eduardo Sojo o el boliviano Eduardo Wilde, entre otros, El Mosquito será, hasta su despedida en julio de 1893, cronista del presente, y sobre todo del presente político. En sus treinta años de vida, El Mosquito verá pasar la campaña del desierto, la epidemia de fiebre amarilla, la muerte de Garibaldi (El Mosquito le dedicará la tapa, y en las centrales Meyer, dibujado entre otros inconsolables, se cubrirá el rostro con las manos), la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, la revolución mitrista de 1874, la de la Unión Cívica, la de Tejedor, los mil contubernios, cambios de bando y jugarretas de los tahúres de la arena pública... No hubo intriga, traición, reforma, ideal, proyecto, pacto, rosca ni mafia de los que no se riera, y si sus plumas entintadas en alcohol dieron voz a las inquietudes nada solemnes de calles y cafés, sus afilados lápices fueron los ojos de un tiempo anterior a la omnipresencia de la fotografía en la prensa.

Las caricaturas ocuparon primero dos –las centrales– de las cuatro jugosas páginas (¡cuatro páginas, igual –dicho sea de paso– que El Suplemento Cultural!) que toda su vida tuvo El Mosquito. En la década de 1880, aparecieron además en la tapa, y a veces, en la contratapa. Pero también la palabra fue un arma potente de El Mosquito, sobre todo en temas en los que resultaba (y resulta) irremplazable, con secciones como Diversiones Públicas, Soliloquios, Picotones, Crítica Literaria (que, para evitar malentendidos, llevaba el grave subtítulo de «Artículo Serio»)... Los temas tocados en El Mosquito eran muy diversos, y hubo números especiales dedicados totalmente a un solo tema (modalidad que, modestamente, tenemos el orgullo y la alegría de haber introducido desde hace apenas unos años en la prensa cultural paraguaya con el pionero ejemplo de este Suplemento).

Pero antes que coincidencias obvias (el número de páginas, los dossiers…), rescatamos de El Mosquito algo tácito, del orden del deseo (que no necesariamente caracteriza todo lo que se publica aquí –este es un espacio plural–, pero sí buena parte), que intuimos oblicuamente a través de otro elemento de El Mosquito, la publicidad.

«Nunca se ha precisado por completo», dice Bordieu en su clásico Campo de poder, campo intelectual, «todo lo que se implica en el hecho de que el autor escribe para un público». En cada sociedad, dentro del campo intelectual, los grupos de poder –los círculos que acaparan los contactos e influencias determinantes en las condiciones de producción, circulación y valoración de los productos culturales; es decir, lo que el grueso del público percibe como las «élites» culturales– no derivan el impacto social de su discurso del valor intrínseco o real de ese discurso sino del «lugar» de sus emisores, de la autoridad que les confiere un poder simbólico del cual ese impacto social es mero efecto (tal como su mismo «valor» se da, inconscientemente, por sentado).

Que la prensa cultural –páginas, secciones, revistas, suplementos…– de Paraguay y otras partes del mundo reproduzca de manera tan notoria –en forma y contenido– ese discurso, operando como vocera de los intereses de los grupos hegemónicos del campo cultural y como plataforma de legitimación que, visibilizando y destacando a sus miembros, persuade al público de su valor e importancia, revela cómo los medios de comunicación participan en la construcción del poder de tales círculos. La función que cumple la prensa cultural es, en suma, publicitaria; pero no se trata de una publicidad directa, como la que podía aparecer, por ejemplo, en El Mosquito, sino de una publicidad indirecta o velada, de una publicidad no reconocida como tal.

En cambio, la publicidad de El Mosquito, que comenzó a aparecer en la década de 1880 –el 14 de febrero de 1883 salió en la contratapa un gran anuncio de Cerveza Bieckert– hoy nos habla de una vocación muy diferente, de un deseo de otra índole, un deseo que nosotros, aquí y ahora, compartimos y reivindicamos. Los avisos publicitarios de El Mosquito nos dejan entrever, más allá del tiempo y la distancia, el perfil de sus lectores: de los precios de varios productos y servicios se nos dice que son «módicos»; algunos médicos nos anuncian que atienden gratis a los pobres; algún boliche o bodega nos convoca a beber como parte de «todos los que gusten de lo bueno y barato»... Son anuncios que se dirigen a lectores situados al margen de las «altas esferas» políticas y sociales, al margen de los ámbitos del prestigio y la autoridad, al margen de lo que algunos llamarían roscas o mafias culturales o académicas… A esos lectores, El Mosquito les invita a «colarse» en todos los ámbitos para tocar todos los temas mediante la participación subjetiva que les brinda compartiendo con ellos su crítica feroz desde unas páginas en las cuales nada es tan elevado y nadie es tan poderoso como para escaparse de la risa, de la parodia y de la mofa. Salud por eso.

juliansorel20@gmail.com

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