La destitución de Emil Eichhorn, jefe de la Policía de Berlín y dirigente del USPD, el 4 de enero de 1919 fue percibida como una provocación del gobierno de Ebert y desató una movilización espontánea que puso a prueba a los comunistas. El KPD y el USPD impulsaron de inmediato un llamamiento unitario a una gran manifestación para el día siguiente. Así, el 5 de enero, más de 200.000 obreros, muchos de ellos armados, tomaron las calles y ocuparon estaciones ferroviarias, imprentas y otros puntos estratégicos de Berlín.
El levantamiento no formaba parte de ningún plan del KPD, que en realidad fue sorprendido por los acontecimientos. Nacido de la base obrera y alimentado por la creciente desconfianza hacia el gobierno del SPD y por la convicción de que la revolución estaba siendo traicionada, desbordó cualquier previsión de los dirigentes. Karl Liebknecht, presionado por la movilización, terminó defendiendo la huelga general insurreccional para «tomar el poder», mientras Rosa Luxemburgo advertía que un choque frontal y una insurrección prematura, sin mayoría en los consejos obreros, podía conducir al desastre. Aun así, ambos se involucraron de lleno en el proceso, intentando orientarlo hacia una salida revolucionaria.
Lea más: Una revolución olvidada (1). El motín de Kiel
El SPD aprovechó la falta de dirección unificada del levantamiento. Friedrich Ebert y Gustav Noske –ministro de Defensa, también del SPD– ordenaron la intervención de tropas regulares y reforzaron el papel de los Freikorps, a quienes dieron carta blanca. Entre el 7 y el 11 de enero de 1919, la oleada revolucionaria se extendió por varias ciudades: Hamburgo, Brunswick, Múnich, Berlín, Spandau, Dresde, Stuttgart y Leipzig. El Ejército respondió con fuego en distintos puntos del país. Entre combates en las calles y detenciones de dirigentes revolucionarios, se proclamó la República de los Consejos en Bremen (1).
El 9 de enero comenzó la represión sistemática. Tres días después, los Freikorps entraron en Berlín. Entre el 12 y el 14, la resistencia obrera fue aplastada barrio por barrio bajo ley marcial: centenares fueron torturados y fusilados sumariamente. Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht se vieron obligados a pasar a la clandestinidad.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
El 15 de enero tuvo lugar el crimen que simbolizó la contrarrevolución: Rosa y Karl fueron localizados, detenidos y brutalmente asesinados por los Freikorps, que actuaban con el aval político del gobierno socialdemócrata. Tras ser torturado en el Hotel Eden, Liebknecht fue ejecutado en el Tiergarten, y Luxemburgo fue golpeada, asesinada de un disparo y arrojada al canal Landwehr. El 16 de enero, el periódico del KPD fue prohibido.

La responsabilidad política del gobierno del SPD es patente: alentó y movilizó las fuerzas que perpetraron los asesinatos, otorgándoles cobertura legal y política. Así se cerró el capítulo más sangriento de la contrarrevolución alemana, dejando claro hasta dónde podía llegar el reformismo socialdemócrata para defender el orden burgués.
Sin Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, el movimiento revolucionario quedó descabezado y desmoralizado. Las condiciones objetivas estaban maduras para una revolución socialista. Faltó, lamentablemente, el elemento subjetivo. La ausencia de dirección revolucionaria cohesionada, forjada en las luchas obreras, con influencia para organizar la resistencia y la ofensiva contra el poder burgués, sumada al agotamiento de los consejos obreros y de soldados, permitió al SPD recuperar la iniciativa política. Aprovechando la sensación de caos, Ebert impulsó rápidamente la convocatoria a la Asamblea Constituyente de Weimar como salida institucional a la crisis.
La derrota
Las elecciones de la Asamblea Constituyente, celebradas el 19 de enero de 1919, consolidaron la derrota de la revolución «por la vía democrática». El SPD, con 38% de los votos, obtuvo una mayoría suficiente para encaminar la transición hacia una república parlamentaria. A esa altura, amplios sectores burgueses veían en Ebert un aliado confiable frente al peligro revolucionario.
Lea más: Una revolución olvidada (2). Navidad sangrienta
El 24 de enero, la policía abrió fuego contra una manifestación de trabajadores desempleados en Berlín. El 29, falleció Franz Mehring, veterano dirigente espartaquista y biógrafo de Marx. El 10 de marzo, Leo Jogiches, principal dirigente del KPD en ese momento, fue asesinado mientras investigaba por su cuenta el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. En dos meses, el KPD vio aniquilada casi por completo su dirección histórica fundadora.
La Constitución de Weimar, promulgada en agosto de 1919, instauró un régimen democrático-liberal que preservaba la propiedad privada capitalista y dejaba prácticamente intactas las estructuras fundamentales del antiguo Estado imperial: la burocracia, el poder judicial y el alto mando militar.

Tras las elecciones, la polarización social continuó: desde febrero de 1919, estallaron huelgas generales en Berlín, Leipzig y la cuenca del Ruhr (2), seguidas de enfrentamientos armados en varios centros industriales, como los combates de Halle en marzo de 1919. La represión militar ordenada por el gobierno socialdemócrata provocó cientos de muertos, marcando un nuevo retroceso de la influencia de los consejos obreros.
El asesinato de Kurt Eisner, dirigente del USPD y primer ministro de Baviera, el 21 de febrero de 1919, desencadenó la declaración del estado de sitio en Múnich e impulsó, semanas después, la proclamación de la República de los Consejos de Baviera. Esta experiencia revolucionaria fue aplastada por el ejército y los paramilitares de extrema derecha en mayo, con una dura represión que incluyó el fusilamiento de sus principales dirigentes, entre ellos Eugen Leviné, figura central del comunismo bávaro, ejecutado el 5 de junio de 1919 (3). En Berlín, entre el 3 y el 16 de marzo de 1919, los Märzkämpfe (Combates de Marzo) —oleada de huelgas y protestas de los consejos obreros— fueron reprimidos con extrema violencia por el gobierno socialdemócrata, dejando un saldo de entre 600 y 1200 trabajadores ejecutados. Se decretó el estado de sitio, vigente hasta el 5 de diciembre, para sofocar definitivamente la agitación. Esta derrota marcó el ocaso de los consejos en la capital y selló la estabilización conservadora del país.
Lea más: Rosa Luxembuego en el mercado
Así, la revolución alemana fue derrotada no solo por las armas, sino también por medio de un marco legal e institucional que resguardó el orden capitalista bajo formas parlamentarias, sofocando el impulso revolucionario de los consejos de obreros y soldados, que fueron disolviéndose a medida que las instituciones liberales ocupaban el espacio político. La traición del SPD, que en lugar de actuar como herramienta política revolucionaria pactó con la gran burguesía alemana, fue decisiva para ese desenlace.
Las consecuencias de la derrota
La derrota de la revolución alemana alumbró la República de Weimar, un régimen frágil e incapaz de resolver las urgencias de las masas obreras y de las clases medias durante la primera posguerra. Aunque la inestabilidad se extendió hasta 1923, los sucesos posteriores fueron, en esencia, un eco del fracaso de 1919.
En poco tiempo se evidenció el crecimiento de grupos nacionalistas y extremistas nutridos por veteranos de los Freikorps, estimulados y protegidos por el propio SPD. Esos escuadrones paramilitares fueron decisivos para difundir el mito de la «puñalada por la espalda» y canalizar el descontento social provocado por la crisis económica y la humillación impuesta por el Tratado de Versalles hacia una salida ultraderechista.
En ese contexto, el nacionalsocialismo encontró un terreno fértil: heredó cuadros, métodos y parte de la base social procedente de los Freikorps, convirtiéndose en una fuerza capaz de disputar el poder en los años siguientes. Figuras siniestras como Ernst Röhm —jefe de las SA— y Rudolf Höss —futuro primer comandante del campo de exterminio de Auschwitz— militaron en los Freikorps antes de unirse al nazismo. El peligro totalitario ya se manifestaba en los golpes de Estado fracasados de Kapp (1920) y de Hitler (1923), que anticiparon el ascenso posterior del régimen hitleriano. Todo ello fue el resultado, en parte, de los pactos del SPD con fuerzas anticomunistas para aplastar la revolución, alianzas que terminaron por fortalecer a los sectores reaccionarios que luego impulsarían la dictadura nazi.
Lea más: Weimar, Stonewall, Hernandarias
Por otro lado, la derrota tuvo consecuencias decisivas en el ámbito internacional, especialmente para la joven revolución rusa. Los dirigentes bolcheviques concebían su revolución nacional como parte de la revolución europea. Veían en el triunfo de la clase obrera alemana la posibilidad de romper el aislamiento económico y cultural de la Rusia soviética. La revolución alemana, según los rusos, era clave para acceder a una industria desarrollada, técnicos calificados y redes culturales que permitieran consolidar y profundizar la transición al socialismo en un país que había heredado los males de un capitalismo atrasado y básicamente agrario. El fracaso del movimiento alemán frustró estas expectativas y dejó a la Rusia soviética aislada, exhausta y enfrentando dramáticos desafíos materiales y militares.
El aislamiento fortaleció a los sectores más conservadores y burocráticos del Estado soviético, que se apoyaron en la desaparición física de miles de cuadros revolucionarios –tras años de guerra mundial, revolución social y guerra civil–, el cansancio de las masas y la derrota de una serie de procesos revolucionarios en Europa para consolidar su poder. En este contexto surgió la teoría del «socialismo en un solo país», promovida por Stalin y Bujarin tras la muerte de Lenin, que abandonaba el internacionalismo revolucionario para justificar la construcción del socialismo exclusivamente en la URSS, aceptando la coexistencia pacífica con el imperialismo. Esa teoría –opuesta al marxismo–, aplicada como política concreta, contribuyó a la consolidación de una burocracia privilegiada, una casta social parasitaria que terminaría ahogando la revolución soviética desde dentro y allanando el camino para la restauración capitalista desde la segunda mitad de la década de 1980.
La revolución alemana de 1918-1919 –la «Novemberrevolution»–, que hemos recorrido en esta serie, aunque silenciada y olvidada, pudo haber cambiado esa dinámica histórica. Estudiarla es una obligación para todos aquellos que quieren cambiar el mundo, no solo interpretarlo. Nuevos berlines vendrán, tal como escribió Rosa en su último artículo: «¡“El orden reina en Berlín”! ¡Estúpidos lacayos! Vuestro “orden” está levantado sobre arena. Mañana, la revolución se alzará de nuevo y, para terror vuestro, anunciará con todas sus trompetas: ¡Fui, soy y seré!».

Notas
(1) En Bremen, obreros y marineros proclamaron una República de Consejos el 10 de enero de 1919, impulsando el control obrero bajo influencia del USPD y del KPD. El gobierno del SPD envió a los Freikorps, que la destruyeron el 4 de febrero de 1919 tras pocos días de combates. La represión dejó aproximadamente 25-40 muertos y unos 200 detenidos.
(2) Poco después, en 1920, en la cuenca del Ruhr —la principal región industrial alemana— los consejos de fábrica y milicias obreras protagonizaron una insurrección tras el Putsch de Kapp, un intento fallido de golpe de Estado de extrema derecha, formando el Ejército Rojo del Ruhr, con entre 50.000 y 80.000 combatientes. Durante algunas semanas controlaron varias ciudades, hasta que en abril de 1920 los Freikorps y el ejército los derrotaron militarmente. La represión dejó cientos de ejecutados y miles de detenidos.
(3) En Múnich, el 7 de abril de 1919 los consejos obreros proclamaron la República de Consejos de Baviera. Intentaron socializar la banca, impulsar una educación laica y establecer el control obrero de la economía, buscando emular el poder de los soviets rusos. El gobierno del SPD, apoyado por el ejército bávaro y los Freikorps, ocupó la ciudad tras duros combates callejeros. El 2 de mayo, la república fue destruida, dejando entre 600 y 1200 muertos y más de 10.000 detenidos. Fue el episodio más sangriento de toda la ola revolucionaria alemana. Baviera se convertiría, después, en bastión del nazismo.
*Ronald León Núñez es sociólogo por la Universidad Nacional de Asunción (2009), máster (2015) y doctor (2021) en Historia por la Universidad de São Paulo, Brasil, miembro del Comité Paraguayo de Ciencias Históricas (CPCH), colaborador de El Suplemento Cultural y autor, entre otros libros, de Revolución y Genocidio: El mal ejemplo de la independencia paraguaya y su destrucción (Arandurã, 2011) y La Guerra contra el Paraguay en debate (Lorca, 2019).

