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Jurado Nº 2 es una película aparentemente modesta, de impecable pero discreta factura, que de entrada parece renunciar explícitamente a la originalidad eligiendo un tema que ya ha dado justa fama a títulos célebres, desde Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957) hasta Anatomía de una caída (Justine Triet, 2023), pasando por Music Box (Costa Gavras, 1989), etcétera: la «duda razonable». En el sistema de Justicia estadounidense, los casos penales se llevan a juicio ante un jurado cuyos miembros, para emitir un veredicto de culpabilidad sin arriesgarse a condenar a un inocente, necesitan que esta haya sido demostrada «más allá de toda duda razonable», beyond a reasonable doubt.
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En este caso, dos miembros, uno de ellos el Jurado Nº 2, tienen dudas razonables, mientras que los otros diez quieren condenar al reo e irse a casa. A partir de esta premisa, con sutiles gestos de dirección (respondidos con perfecta interpretación), con decisivos movimientos de cámara, con el cálculo matemático de los silencios y la precisa puntuación de las miradas –los ojos cuentan su versión paralela: hablan de dudas, recuerdos y miedo los del Jurado Nº 2; de rabia, melancolía y afecto los del abogado defensor; de muda y horrorizada epifanía y furia justiciera los de la fiscal–, se logra que la historia, como en todas las grandes películas, comience desde cero con el final, cuando la mente del espectador repasa precipitadamente lo ya visto y sus certezas caen una tras otra para dar paso al callado asombro ante lo que ocultaba la superficie. Entonces, como los ojos de los actores a lo largo del rodaje, que marcaron así los hitos de su mensaje cifrado, la mirada del espectador también se vuelve hacia adentro.
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No hay disfrute goloso, instagramero, de fotografía estetizante; solo realidad. Si en alguna escena encuentra belleza el espectador, nunca está sola y sin mezcla de fealdad, banalidad o desorden, sino dentro de un conjunto irregular y complejo, como aparece en la vida. Nada de superficies satinadas ni terciopelos azules. Nada de caramelos para la retina. Se diría una película barata en el buen sentido, el monetario. La calidad descansa en un feliz entramado de dirección, guión e interpretación; en el talento, no en el presupuesto.

Una noche olvidada, en una carretera perdida y oscura, bajo una fuerte lluvia, un incidente tan lamentable como ordinario da curso a un lento efecto mariposa. Los personajes, como Gregorio Samsa, se verán convertidos en algo que no eran o que quizá siempre fueron, solo que no de la noche a la mañana como en el relato kafkiano, sino insidiosa, lenta, imperceptiblemente, como en la vida real.
Aunque aquí no habrá spoilers en sentido estricto, si no han visto aún la película y piensan verla sugiero que no sigan leyendo esto para no privarse del placer de llegar a sus propias conclusiones sin la interferencia de opiniones ajenas. Tengo claro para mí que la intención del director es esa, que la película no termine con el The End, que deje en movimiento la mente del espectador, lo quiera este o no. La belleza de una película no está necesariamente en lo que se despliega ante nuestros ojos y oídos en la pantalla. El cine trabaja sobre todo con lo secreto, con el inconsciente, con lo invisible, como la literatura.
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Dos parejas, una de colegas cincuentones y la otra de esposos veinteañeros, forman el cuarteto central: de un lado, la fiscal ambiciosa y dispuesta a vender su alma por el «éxito» y su amigo de juventud, el abogado defensor sobrecargado de trabajo y desilusionado pero recto, y del otro el joven, candoroso Jurado Nº 2 y su dulce y embarazada esposa. Los flanquean un impar detective retirado y el ruido y la furia de los amores violentos de una joven rubia y su presunto asesino, el acusado sobre el cual los jurados deberán emitir su veredicto.
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¿La ambiciosa muta, el candoroso se metamorfosea, o, por el contrario, como en Esquilo o en Sófocles, su destino estaba ya dibujado en su carácter desde el comienzo de la obra, solo que no supimos ver los indicios puestos ahí por el autor? El melancólico abogado defensor no deja de ser amigo de la fiscal arribista pese a que por momentos parece decepcionado de ella, decepción que, misteriosamente, nunca es definitiva. Incluso cuando la felicita por un nombramiento y, al decirle «Espero que haya valido la pena», una sombra nubla fugazmente el rostro de la fiscal, él parece apenado, casi compadecido, y al salir raudamente, ya desde la puerta, le grita:
–El viernes en... –nombra el bar donde suelen coincidir después del trabajo–. Tú invitas.

¿En qué momento una persona se convierte en otra? Aquel que conocimos pacífico, amable y noble, décadas después lo encontramos intrigante y lleno de odio. Podría enumerar más ejemplos pero lo creo innecesario, ya que esta es una experiencia relativamente común. ¿Acaso un nimio desliz puede abrir una grieta en el carácter que persista y se ahonde hasta cambiar por completo a una persona? ¿Es esa la explicación de las decisiones y el giro del Jurado Nº 2, un mero azar (un choque una noche lluviosa o cualquier incidente por el estilo)? ¿O bien hay algo inscrito en cada uno desde el comienzo y que, tanto en la película como en la vida, se nos escapa? Esa es la teoría de un amigo, el escritor Carlos Bazzano: que nadie cambia en verdad, que solo se llega a ser lo que siempre se había sido. Nosotros, espectadores, pudimos pasar por alto los signos de que la fiscal estaba tan destinada a la rectitud y (por ende) al «fracaso» como el abogado defensor, pero nos dieron una pista a lo largo de toda la película: el defensor no le oculta su enojo cuando cree que miente, no le esconde que su incursión en la arena política no le inspira simpatía, pero la sensación de antigua camaradería y confianza que los rodea no se diluye por eso, como si él no dudara de que, pasadas las ocasionales diferencias y distancias, terminarían bebiendo bourbon, como siempre, codo a codo en la barra del bar. Ella creyó que podría corromperse; él siempre supo que nunca lo haría.
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Con la escena final casi se cree recuperada por un instante la capacidad de síntesis, la elocuencia específica del cine mudo. No hay diálogo; nadie pronuncia una palabra. Tampoco hay acción; no pasa absolutamente nada. En dos o tres segundos de pura profundidad mitológica, bajo los pelos y señales de un par de individuos comunes en una calle anodina de una ciudad actual, arquetipos universales, insondables, imponen la fatalidad de su tiempo congelado.
Es todo. Siguen los créditos.
Sabemos que, después de los créditos, de vuelta en este prosaico plano de la realidad, la fiscal, ya sin ninguna brillante carrera política por delante, y el abogado defensor se encontrarán el viernes en la barra del bar. El «éxito» es basura, la honestidad no recibe recompensa, la noche es joven, la amistad existe.
Juror Nº 2 fue estrenada en Estados Unidos por Warner Bros Pictures el 1 de noviembre de 2024 y está disponible desde diciembre en HBO Max. Brillan una impresionante Toni Collette como ambiciosa fiscal y encarnación paradójica de la Ananké inexorable, el joven actor británico Nicholas Hoult como el inicialmente candoroso y, al fin, inquietante Jurado Nº 2 y el apuesto y carismático Chris Messina como abogado defensor, y enriquecen la cinta con suculentos papeles secundarios J. K. Simmons y Kiefer Sutherland. La dirigió, por supuesto, Clint Eastwood. Quién más podría hacer algo como esto.

*Montserrat Álvarez es escritora. Dirige El Suplemento Cultural. Estudió Filosofía en la Universidad de Zaragoza (España), la Universidad Católica (Perú) y el Instituto de Estudios Humanísticos y Filosóficos (Paraguay). Su libro más reciente es Nómade, publicado en Buenos Aires en 2023.