El don venenoso

«La idea es sencilla y eficaz: lujuria femenina, no convicciones políticas; caprichos sexuales, no principios éticos; locura, no lucidez», escribe Montserrat Álvarez acerca de la campaña de difamación con la que el FBI destruyó la imagen de Jean Seberg, «musa de la Nouvelle Vague».

Joyce Haber, “Miss A Rates as Expectant Mother“, Los Angeles Times, 19/05/1970.
Joyce Haber, “Miss A Rates as Expectant Mother“, Los Angeles Times, 19/05/1970.Archivo, ABC Color

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Encarnar la antigua y poderosa sustancia de los mitos –algo imposible para la mayoría de las personas, e inevitable para unas pocas– es un don venenoso que en esta historia se ensambla con la persecución política y con los prejuicios sociales para poner en marcha limpiamente una máquina asesina.

Hacía ya diez años que Romain Gary –el camaleón de las letras francesas– se había separado de ella cuando el cadáver de Jean Seberg fue encontrado en el asiento trasero de un Renault mal estacionado en una callejuela parisina, en avanzado estado de descomposición, envuelto en un poncho –como el que, diría después uno de sus amantes, el escritor mejicano Carlos Fuentes, él le había regalado–, con quemaduras de cigarrillo, una botella de agua, un frasco de barbitúricos y una escueta nota de suicidio. Era el 8 de septiembre de 1979 y Seberg tenía cuarenta años. Dos décadas atrás, el mundo la descubría, etéreo andrógino risueño de corte à la garçonne, vagabundeando con Jean-Paul Belmondo en A bout de soufflé (1959), cuando de ella todavía se sabía poco, aunque suficiente: que había nacido en Iowa, que era de origen sueco, que estaba hecha de la materia de los mitos y que encarnaba uno, el potente mito de la mujer «libre y loca», a un tiempo inocente y peligrosa.

Romain Gary convocó de inmediato, tras su muerte, una rueda de prensa en la que señaló directamente al FBI: «Jean Seberg fue destruida por el FBI», afirmó el novelista. Gary acusó al FBI de haber «espiado, intimidado, hostigado y calumniado» a Seberg desde 1969 hasta su muerte y de haberle causado «paranoia aguda y brotes psicóticos» que Seberg intentaba paliar con alcohol y sedantes.

La prensa intentó desestimar las acusaciones de Gary pero, para estupor de todos, fuentes del FBI las confirmaron inesperadamente a los pocos días: el 14 de setiembre, en las portadas de los grandes diarios aparecían siniestros titulares: «El FBI reconoce que instaló un rumor para desacreditar a Jean Seberg en 1970» («FBI. Admits Planting a Rumor To Discredit Jean Seberg in 1970», The New York Times, 14/09/1979, p. 1), «El FBI admite que difundió mentiras sobre Jean Seberg» («FBI Admits Spreading Lies about Jean Seberg», Los Angeles Times, 14/09/1979, p. 1). La citada noticia del New York Times decía: «El FBI ha reconocido hoy que sus agentes conspiraron en 1970 para manchar la reputación de Jean Seberg, actriz que se suicidó la semana pasada, instalando en las oficinas de prensa el rumor de que estaba embarazada de un miembro del Black Panthers Party. La acción contra la señorita Seberg tenía el propósito de desacreditar su apoyo al movimiento nacionalista negro».

Después del escándalo, mucha información confidencial fue desclasificada. Un documento interno del FBI fechado el 27 de abril de 1970 solicita desde la oficina de Los Ángeles al entonces director, J. Edgar Hoover, autorización para instalar el rumor alegando que podría servir para degradar (el documento dice literalmente «abaratar», «to cheapen») la imagen de Jean Seberg ante el público. La oficina central autorizó el proyecto, recomendando, «para asegurar el éxito», esperar dos meses, hasta que el embarazo de la actriz –entonces casada con Gary– se volviera notorio, y observando: «Seberg ha proporcionado apoyo financiero al BPP (Black Panthers Party) y debería ser neutralizada». (En efecto, en los archivos consta que el 23 de febrero de 1970 un informante comunicó al FBI que un miembro del Black Panthers Party le había comentado a Seberg que estaban necesitados de dinero y que Seberg había respondido girando un cheque de 2500 dólares.)

El teléfono de Seberg estaba intervenido desde 1970 y la campaña de difamación contra ella fue una de las operaciones ilegales del Programa de Contrainteligencia (Counter Intelligence Program, Cointelpro) del FBI. El 21 de abril de 1970, Elaine Brown, de los Black Panthers, la había llamado por teléfono (intervenido) y Seberg le había contado que tenía cuatro meses de embarazo. El agente del FBI Richard Wallace Held, encargado de la vigilancia del Black Panthers Party en la oficina de Los Ángeles, vio la oportunidad de «neutralizar» a Seberg y envió la nota a Hoover en Washington solicitando autorización para difundir el embarazo y el rumor de que el padre no era su esposo, Gary, sino un miembro de los Black Panthers.

El 19 de mayo, la columna de chismes de Los Angeles Times publicaba que la «señorita A» esperaba «un bebé de un prominente cabecilla de los Panteras Negras» (Joyce Haber, «Miss A Rates as Expectant Mother», Los Angeles Times, 19/05/1970). El 24 de agosto, una nota en Newsweek, esta sí mencionando el nombre de Seberg –y también el de Gary–, informaba que la actriz esperaba un hijo de «un activista negro que conoció en California».

¿Era quizá Raymond «Masai» Hewitt, del Black Panther Party, el padre de aquella niña (que nacería prematuramente y moriría a los pocos días de nacer)? ¿O acaso lo fue Hakim Jamal, miembro también de los Black Panthers, y también uno de los amantes de Seberg? ¿O lo fue tal vez el propio Romain Gary? Nada de eso nos incumbe ni, por ende, nos interesa.

Pero al mundo sí le interesa lo que no le incumbe, y el FBI supo aprovechar ese interés. La idea es sencilla y eficaz: lujuria femenina, no convicciones políticas; caprichos sexuales, no principios éticos; locura, no lucidez. Nada, en suma, que merezca ser tomado en serio en el apoyo brindado a los Black Panthers ni a ningún otro movimiento por alguien tan inestable e irracional. La misma misteriosa cualidad que la había hecho fascinante en los inicios de su carrera se volvió contra ella para desacreditarla, preparando su destrucción. Aquel mito del que hablábamos al comienzo de estas líneas y que Jean Seberg encarnó –el ambiguo mito de la mujer «libre», a un tiempo inocente y peligrosa– le dio tanto el luminoso esplendor como el sórdido final, la eternidad resonante de todas las grandes pantallas y la silenciosa muerte en una calle vacía.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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